Yo no busco un cuerpo, anhelo un alma.





De esas almas luminosas que te hacen sentir en casa. Que te admiran como si fueras arte entre sus dedos, que ofrecen por desayuno dosis de alegría y al dormir un sereno abrazo y ardiente compañía.

Anhelo un alma que aprenda a escucharme cuando en la madrugada le cuente mis miedos y fantasías. Que sepa leerme con la luz apagada y desnudarme aún sin quitarme la ropa.
Que me bese fusionando nuestros labios y entre caricias convertir dos cuerpos en una sola esencia.

Que su música favorita sea mi sonrisa y su momento de paz lo procure entre mis brazos.
Deseo cobijar un alma, más allá de un cuerpo. Pues el cuerpo es solo la materia, lo que te hace experimentar y sentir verdaderamente es el espíritu de quien lo posee.

Mi alma anhela su conjunción a través del otro, de forma trascendental y divina.

Yo no necesito una media naranja,
Anhelo un fruto abundante y entero, que por su madurez me pueda ofrecer la frescura, dulzura y sabor que sólo un ser completo sabe dar.

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